sábado, 12 de mayo de 2007

Inventor de la Web y del HTML

Entrevista a Tim Berners-Lee


Inventor de la Web y del HTML

Es el "inventor y el protector" de la Web, como él

mismo dice. El británico Tim Berners-Lee definió, en 1989, el sistema que daría lugar a la World Wide Web, un conjunto de millones de páginas relacionadas entre sí y que cubre todo el planeta...



¿Cómo explica el crecimiento formidable de la Red en los últimos diez años?
Al comienzo, la Red se extendió gracias a la infraestructura de Internet ya existente, instalada en los años setenta. Cuando tuve la idea de la Red, a fines de los ochenta, las computadoras de numerosas universidades e institutos de investigación ya estaban conectadas entre sí para intercambiar información. Por consiguiente, hay que rendir homenaje a los pioneros que crearon ese entramado antes de que surgiera la Red.
La Red se expandió con suma rapidez porque estaba descentralizada y nadie controlaba su crecimiento. Cualquier persona podía crear un servidor o un explorador sin necesidad de pedir el menor permiso a una autoridad central. En todo el planeta hubo entusiastas que entendieron que la Red iba cambiar la vida y se dedicaron a desarrollarla.
El hecho de que la Red sea un espacio abierto constituye un poderoso atractivo. Cualquiera puede leer lo que hay en ella y aportar a su vez una contribución. En cierto modo, todo el mundo parte en pie de igualdad. Esta impresión de que ofrece oportunidades ilimitadas ha sido un elemento decisivo de su éxito.

¿Puede beneficiar la Red a los que se hallan al margen de la innovación tecnológica?
No cabe duda de que las desigualdades actuales son negativas para todo el mundo. Pero la innovación por sí sola no puede resolver los problemas globales. Son los individuos los que han de decidir por sí mismos y hacer grandes esfuerzos en todos los planos para encontrar soluciones. En el pasado contamos con numerosos instrumentos. Internet es uno más que puede ayudar a recoger esos desafíos.
La idea de la Red es crear un espacio de información en el que la gente puede comunicarse de manera muy precisa: compartiendo sus conocimientos. La Red es más una innovación social que técnica. No ha introducido ningún cambio fundamental en la manera de pensar, de leer y de comunicarse de los seres humanos, pero ha aumentado considerablemente sus posibilidades por el mero hecho de entregarles información. La Red permite una enormidad de cosas, desde la simple lectura de un periódico en un pueblo aislado hasta una mayor colaboración entre individuos de países diferentes.
Pero pese a esta amplia gama de posibilidades, aún no sabemos cómo sacarle el máximo de partido. Espero que la multiplicidad de opciones que ofrece a cada uno contribuya a reformar la sociedad.

En su obra Weaving the Web, alude usted al peligro de que la Red llegue a ser controlada por un grupo pequeño de empresas, o que se coarte su desarrollo por razones comerciales. ¿Cuáles serían las consecuencias de una situación de esta índole?
El peligro surge cuando grandes empresas que venden computadoras y programas empiezan a controlar la información que uno recibe por Internet. Al distribuir computadoras o exploradores gratuitos, algunas empresas pueden impedir a los usuarios el acceso a los programas de sus competidores. Es posible incluso que los proveedores de acceso a Internet lleguen a acuerdos comerciales con ciertos sitios o páginas para que sean más accesibles que otros. Ya está empezando a ocurrir.
Por un lado, a los usuarios les parece justo que una empresa influya en su acceso a Internet si les procura computadoras y programas gratuitos, pero, por otro, es muy importante garantizar el derecho de cada cual a acceder libremente a la información. Ninguno de esos aspectos debe prevalecer sobre el otro.
Ignoro hasta qué punto las personas se dan cuenta de que ciertos intereses comerciales influyen en sus posibilidades de acceso a los diversos sitios de la Red. Y es muy difícil encontrar un equilibrio entre el derecho de las empresas a brindar servicios gratuitos o muy baratos y el respeto de la libertad de acceso de los individuos. Encontraremos una solución de compromiso aceptable socialmente.
Hay otro peligro: cuando una empresa se encuentra en situación de monopolio, empieza a modificar arbitrariamente las normas informáticas universalmente aceptadas y obliga a los competidores a someterse a ellas en vez de producir ideas innovadoras para mejorar el producto. Esto puede afectar al desarrollo de la Red.

La Red ha permitido una circulación mucho mayor de la información que algunos países procuran regular y controlar. ¿Qué opina al respecto?
Sé que, efectivamente, ciertos países estudian la posibilidad o tratan de controlar el acceso a la Red de los particulares pero eso es muy difícil ya que, gracias a Internet, la información circula de múltiples maneras. Cada cual no es más que un punto microscópico en este vasto sistema. Además, el control de la información es nocivo para las relaciones entre el gobierno y su población, y, a la larga, para la estabilidad del país.
También se han formulado llamamientos para que se instaure una censura en la Red. Pero en la mayoría de los países occidentales la censura no es vista con buenos ojos. Sin embargo, se admite cada vez más que los padres tengan el derecho y el deber de impedir que sus hijos visiten ciertos sitios. Así, nuestro consorcio desarrolló sistemas como el PICS (una plataforma para la selección de contenidos en internet), que permite a los adultos controlar el acceso de los niños a diversos sitios.
Los múltiples instrumentos de filtrado disponibles en el mercado son mucho más eficaces que la censura del Estado. La ley de un país sólo puede censurar los sitios que están dentro de su territorio, mientras los filtros se aplican a sitios de cualquier procedencia. Fundamentalmente, incumbe a los ciudadanos elegir los mecanismos sociales y el tipo de regulación que desean.

A los internautas les inquieta cada vez más que se vulnere su vida privada. ¿Cómo resolver este problema?
El respeto de la confidencialidad implica que cada cual controle la utilización que pueda hacerse de sus datos personales. Los usuarios de la Red se preocupan porque piensan que una vez hayan encargado ciertos artículos a determinadas empresas, éstas dispondrán de información suficiente para perjudicarles o aprovecharse de ellos. El riesgo va, por ejemplo, desde la molestia que supone el convertirse en blanco de un envío abusivo de publicidad hasta la negativa por parte de las compañías a extenderte un seguro de vida. Es un asunto grave.
Los internautas deberían saber cómo utiliza cada sitio esos datos personales. Después de todo, su inquietud es un obstáculo para el crecimiento del comercio electrónico, y creo que los sitios deberían tener en cuenta el derecho de los consumidores a proteger su vida privada. Por ello nuestro consorcio elaboró el P3P (Plan de opciones en materia de confidencialidad). Cuando un internauta va a un sitio, este instrumento le permite comparar las prácticas de esa página con sus propias opciones. Si los usos del sitio no le convienen, no sigue adelante.
Un sitio responsable debería consignar sus reglas en materia de confidencialidad al pie de su página de acogida. En su defecto, convendría que una ley colmara ese vacío brindando el mejor nivel de protección posible a cada cual. Esos problemas se han resuelto en parte en Europa: las empresas deben guardar reserva sobre los datos de sus clientes, y no tienen derecho de intercambiarlos con los de otras bases de datos, cosa que en cambio es legal en Estados Unidos. Numerosos norteamericanos empiezan, por lo demás, a advertir la necesidad de que exista una mayor regulación y una mejor protección del individuo y de la sociedad.

Recientemente se ha observado una multiplicación de las patentes en el sector de Internet. ¿Cuáles son las consecuencias para la Red?
Esas patentes ponen en peligro la universalidad de la Red y entrañan un grave riesgo para las buenas ideas. Durante los cinco primeros años de vida de Internet, existía un consenso en el sentido de que una norma universal servía el bien común. Hoy, la Red abarca numerosos negocios. Ahora es posible hacerse rico inscribiendo patentes para controlar un trozo de ella. En ciertos casos, es incluso posible ganar dinero con una simple amenaza de iniciar una acción judicial. Para los que están empeñados en crear una Red universal, es un verdadero jarro de agua fría.
Los profesionales de la Red se reúnen a menudo para debatir posibles mejoras, tanto para los sistemas de videoconferencias como para el acceso de los países en desarrollo. Esos proyectos, que beneficiarían a un vasto público, suelen dejarse de lado por temor, o por simples rumores, de que ciertas empresas interpongan demandas reivindicando la patente de una determinada tecnología. En Estados Unidos –contrariamente a lo que ocurre en muchos otros países– es posible patentar un fragmento de programa.
Algunas patentes concedidas recientemente han sido puestas en el Indice por la comunidad de los internautas. En efecto, restringen el empleo de tecnologías que podrían acentuar la universalidad del Net. Espero que pronto sólo se registren las patentes que representen una auténtica innovación o ideas francamente extraordinarias. Aún no he visto ninguna en este sector.

El usuario no dispone de ningún medio para determinar la fiabilidad de la información en línea. ¿Puede cambiar esta situación?
Algunas tecnologías, que no utilizamos suficientemente, son capaces de dar indicios sobre la fiabilidad de un sitio o de un interlocutor. Pronto aparecerán instrumentos más perfeccionados. Con los exploradores de la nueva generación y la firma electrónica, dentro de poco estaremos en condiciones de verificar que un documento o un sitio es emitido efectivamente por la persona que creemos. Para el correo electrónico, los nuevos protocolos de comunicación, más seguros, permiten saber con certeza que nadie se ha introducido en él ni ha alterado el mensaje durante su transmisión. Queda por saber si una determinada fuente descubierta en la Red es o no digna de confianza. Es imposible. De momento nada permite comprobarlo. ¿Cómo creer a alguien que no se conoce? Es preciso que la gente sepa en quién puede confiar en la Red.
Veamos el ejemplo de un libro. Si uno lo lee porque personas de confianza se lo han recomendado, también se consulta un sitio a partir de consejos. La confianza se va instaurando de un individuo a otro. Hay que crear una “Red de la confianza”.
Al principio, algunas personas miraban la Red como un espacio anónimo, al margen de la realidad, y en el que no podía hacerse efectiva ninguna responsabilidad individual. Pero no es así. Cualquiera que envíe un mensaje ilegal existe en carne y hueso en alguna parte y está sometido a las leyes del lugar. Si alguien falsifica una transacción, el que sea electrónica no modifica para nada su responsabilidad ante la ley.

Ultimamente se ha observado un recrudecimento de los ataques de piratas informáticos. ¿Cómo reforzar las defensas de los sistemas informáticos?
Aunque Internet sea un sistema descentralizado, el principal peligro que lo amenaza es la falta de diversidad de los instrumentos de acceso a él. Si se analizan los recientes ataque de virus, se observará que se trata de las mismas computadoras que emplean los mismos programas, producidos por la misma firma, los que suelen ser presa de los piratas. Es cierto que el hecho de que muchas personas utilicen el mismo programa tiene grandes ventajas. Pero se requieren productos alternativos si uno desea ser capaz de resistir mejor a los virus.

Ha habido propuestas en el sentido de que los internautas de los países ricos paguen un tributo para poder conectar al resto del mundo…
Los países desarrollados tienen una gran deuda hacia los demás. Y los problemas de acceso a Internet se suman a esta deuda. Pero aplicar un impuesto a todos los internautas no es forzosamente una buena idea. Mejor sería actuar de manera selectiva. Se podría gravar a los grandes usuarios de Internet –como los que lo explotan ampliamente con fines comerciales.
Por otro lado, existe el riesgo de que un impuesto disuada a ciertos países de invertir en el desarrollo de Internet. El único país donde podría estudiarse seriamente la introducción de un impuesto es Estados Unidos. Otros países desarrollados, que tratan de ponerse al nivel de éste, tal vez sean reacios a aceptarlo.

En algunos países del Sur todavía es difícil conectarse a Internet por falta de líneas telefónicas. ¿Hay alguna solución?
En muchos países en desarrollo los servicios de telecomunicaciones son burocráticos y no aceptan competidores, cosa que facilitaría el acceso a Internet. Una de las soluciones sería utilizar la técnica de otro modo: habría que empezar por difundir las tecnologías inalámbricas para las comunicaciones básicas en las zonas rurales. Una vez instaladas las redes, esos emisores-receptores podrían converger con Internet eludiendo los ministerios responsables en la materia. En este sistema descentralizado no sería necesario dar una dirección de Internet ni un nombre de dominio. Existe ya una investigación en este ámbito y no cabe duda de que esas tecnologías pronto serán comercializadas y contribuirán a la utilización de Internet en el Sur. Sin embargo su expansión en ciertos países puede topar con los monopolios que detentan las empresas de telecomunicaciones, o con la voluntad de los gobiernos de controlar las comunicaciones. En ese caso, las Naciones Unidas debieran intervenir sensibilizando a sus Estados miembros respecto a las posibilidades que ofrecen dichas tecnologías.
También habría que financiar la traducción de la información que circula por Internet a diversos idiomas. Es importante que la Red respalde las culturas locales y no sirva únicamente para divulgar la cultura norteamericana. Hemos visto las dificultades con que se ha enfrentado el despegue de internet en Europa ya que los habitantes de ese continente no constituyen un enorme público monolingüe y monocultural. Será muy difícil franquear esta barrera en los países que practican una o varias lenguas poco habladas.

¿Puede hablarnos de la “Red semántica” en la que usted trabaja actualmente?
Tengo un sueño en dos partes para la Red. Primero veo que se convierte en un medio muy poderoso de comunicación entre los hombres. Luego, en la segunda parte, las computadoras cooperan. Las máquinas pasan a ser capaces de analizar todos los datos que circulan en la red: contenidos, enlaces y transacciones entre personas y computadoras.
La Red semántica irá a buscar la información a diversas bases de datos, tanto en catálogos en línea como en los sitios meteorológicos o bursátiles, y permitirá que toda esa información sea tratada por las computadoras. Hoy no es posible porque los datos en línea no son compatibles ni tienen el formato necesario para ser analizados directamente por las máquinas. Las páginas de la Red sólo están pensadas para la lectura humana.
La Red semántica responderá también a las aspiraciones de quienes desean contar con un programa de búsqueda que dé sólidos resultados. Los actuales entregan miles de páginas en respuesta a una sola pregunta. Ahora bien, es imposible estudiar el contenido de todas esas páginas. Con la Red semántica, el robot buscador te dirá: “He ahí un objeto que responde al criterio deseado, cosa que puedo garantizar matemáticamente.” En resumen, los robots de investigación se tornarán más fiables y más eficaces. Cuando mi sueño sea una realidad, la Red será un universo en el que la fantasía del ser humano y la lógica de la máquina podrán coexistir para formar una combinación ideal y poderosa.


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